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A la caza del Príncipe Drácula
Kerri Maniscalco

Puck
Reseñas de novedades El Templo#103 (Diciembre 2024-Enero 2025)
Por Elena Romero
24 lecturas

El descubrimiento de la verdadera identidad de Jack el Destripador es tan doloroso para Audrey Rose que necesita huir de Londres. Sin embargo, su vocación sigue siendo la medicina forense. Y, como en todas las vocaciones, pase lo que pase la llama sigue ahí, intacta.

Su siguiente destino es la nevada Transilvania, más exactamente el castillo que antaño pertenecía a Vlad el Empalador. Ni más ni menos que el también conocido como Conde Drácula. Un curioso destino para relajarse, aunque tiene sentido: allí se encuentra uno de los más prestigiosos colegios de medicina forense.

Además, Audrey no acude sola. Lo hace en compañía de Thomas Cresswell, con el que comparte vocación. Thomas, el que siempre la hace reír, incluso después de enfrentarse a las imágenes más macabras. El que siempre está elaborando nuevas formas de buscarle las cosquillas, de sacarla de quicio. Con el que se besó poco antes de la resolución del caso de Jack el Destripador.

Con este batiburrillo de emociones, la pareja llega al castillo. Pronto se harán eco de los rumores, esos que dicen que el responsable de los últimos asesinatos que han asolado la región es, de nuevo, Vlad el Empalador. ¿El príncipe inmortal ha regresado de entre los muertos, o la realidad es siempre mucho más sencilla?

Kerri Maniscalco, de origen neoyorquino, es ya una autora consagrada. Su saga más célebre es esta, la tetralogía A la caza de…, protagonizada por Audrey y Thomas. Dos personajes mundialmente queridos especialmente entre los lectores de terror. Ahora Puck reedita en edición de bolsillo los cuatro tomos. Es una buena oportunidad para adentrarse en la resolución de estos asesinatos o de reencontrarse con sus personajes… Y con sus horrores.

Los crímenes, que la autora describe con una pluma precisa, casi con eficacia clínica, son especialmente macabros. El responsable no solo mata, sino que se recrea en sus crímenes. La fascinación que siente hacia lo que hace es visible para cualquiera que tenga el estómago suficiente como para permanecer en la escena del crimen: mutilaciones, símbolos extraños… Y algo más. Las víctimas están empaladas. Tal y como hacía Vlad siglos atrás.

La amenaza, sobrenatural o dolorosamente real, se cierne sobre el castillo, sobre los que habitan y estudian en él. A medida que se suceden las páginas, Audrey y Thomas descubrirán pistas, seguirán la estela de la figura oscura, humana o no y, aunque no queremos adelantar a los lectores estos descubrimientos, hay alguno especialmente siniestro. Y es que, por la región, los asesinatos no provocan rechazo a todo el mundo.

Un castillo, poblaciones aisladas, montañas níveas… A la caza del príncipe Drácula se desarrolla en los colmillos nevados de los Cárpatos, entre ecos de cuentos de terror que siempre han estado ahí. La autora, consciente de esta ambientación tan conocida en el imaginario colectivo, sabe sacarle el mayor partido posible y nos habla de ese frío que duele al respirar y de los crujidos que se oyen a cierta hora por el bosque.

A pesar de la sensación de inquietud que siempre está ahí, en esta historia hay tiempo para todo. Incluso para centrarse en los estudios y para hacer excursiones turísticas por la región sepultada por la nieve.

Incluso para enamorarse. Porque así de irracional puede ser el amor: Audrey Rose gestiona mejor la presencia de un monstruo, de un asesino en serie, que sus sentimientos hacia Thomas. Unos sentimientos que Thomas, de carácter abierto y risueño, no tiene reparos en admitir. Claro que enamorarse durante la caza de un asesino puede unir más… O separar de forma definitiva.

A la caza del príncipe Drácula es un cuento siniestro, con ecos fácilmente reconocibles de otras épocas, de otros cuentos, de otros monstruos ancestrales. Una buena oportunidad para dejarnos envolver por terrores pasados y presentes. Lo más valioso quizá es hacernos partícipe de la mirada y las emociones contradictorias de nuestros protagonistas. Por eso, cuando nos encontramos ante uno de los truculentos crímenes, sentimos el vacío en el estómago, pero también una extraña fascinación.