Krista no se podía imaginar hasta qué punto sería difícil superar la muerte de su madre y menos si ha sido en un accidente de coche por culpa de un novato imprudente. Tampoco va a ser fácil ver que su padre ha rehecho su vida y que su nueva novia vive con ellos ahora. Eso llevará a Krista a mudarse a una tienda de campaña que ha colocado en la azotea.
Cuando empieza el verano, su única amiga se va de la ciudad y ella no sabe en qué emplear su tiempo. Su padre está desesperado por mantenerla ocupada para que deje de visitar la casa 758, en la que vive el chico afgano que provocó el accidente mortal que puso su vida patas arriba.
Solo hay dos personas que la salvarán de sí misma y que la ayudarán a salir a flote: su abuelo materno, un húngaro superviviente del Holocausto, que le transmitirá todo el optimismo que necesita para seguir adelante, y Jake, al que conocerá en la peor de las circunstancias, pero eso no hará que tire la toalla con ella.
aLa casa 758 parte de una premisa bastante trillada en la literatura juvenil, pero eso no impide que la autora haya logrado, con su prosa y la fuerza de sus personajes, engatusar al lector y convertir una historia típica en algo especial.
Uno de los personajes que más sorprende en la novela es Gyuri, el abuelo de Krista, por lo enternecedora que resulta su manera de hablar, pues apenas sabe inglés y su chapurreo a veces no tiene demasiado sentido, y por la forma tan relajada que tiene de tomarse la vida. Esa actitud tranquila y despreocupada es la que intentará transmitir a Krista durante su corta estancia en casa de los Matzke.
Como es habitual en las novelas publicadas por Nube de Tinta, La casa 758 viene con moraleja, o más bien una lección de vida que no te dejará indiferente y un giro argumental que te cortará la respiración, así que desde El Templo te invitamos a sumergirte en el realismo de esta novela y disfrutar de sus páginas de principio a fin.