¿Puede una sola foto contar una historia completa?
Juliet Young tenía por costumbre escribir cartas a su madre cuando esta se ausentaba de casa para recorrer el mundo haciendo reportajes fotográficos. Ahora, incluso después de su muerte, sigue haciéndolo. En vez de mandarlas, deja las cartas junto a su tumba y es por eso que un día Declan Murphy se encuentra con una de ellas durante su jornada de servicios comunitarios.
Tras una primera interacción desfavorable, nuestros dos personajes principales empezarán a comunicarse anónimamente a través de cartas y más tarde a través de correos electrónicos, donde serán capaces de hablar de todo aquello de lo que no lo son en la vida real. Pasarán así a convertirse en La Chica del Cementerio y El Oscuro, pero lo que ellos no saben es que están más cerca de lo que creen y que sus destinos habrán de cruzarse mucho antes de descubrir quiénes se esconden tras dichos seudónimos.
Narrado a dos voces, Cartas a los perdidos es un libro que a ratos atrapa al lector y a ratos puede llegar a resultarle tedioso, que juega con los prejuicios y con la idea de conciliar la imagen pública con la privada. También trata sobre el dolor, lo complicado de las relaciones familiares después del duelo y de cómo ni la sangre ni un apellido definen por completo a una persona.
A un lector exigente es muy probable que Cartas a los perdidos no le llegue a convencer. No destaca por su prosa ni por el desarrollo de sus personajes, pero hay algo que hace muy bien: mostrarnos que las personas no siempre actúan como deberían y que siempre pueden llegar a redimirse si así lo desean.
¿O estamos todos atrapados en una fotografía que no cuenta toda la historia?