Oscar Banks vive en Candor, un pueblo utópico donde todos respetan las normas. La simple tentación de hacer algo prohibido es aplacada por potentes mensajes subliminales en la música que nunca deja de sonar, los Mensajes, que insisten en lo que se debe y no se debe hacer. Pero Oscar, el hijo del fundador, tiene suficiente práctica para ignorarlos y a espaldas de su progenitor es capaz de hacer lo que quiere en Candor, e incluso cobra dinero por ayudar a otros chicos a escapar. Todo cambia cuando conoce a la nueva vecina, una joven atractiva que no se deja dominar. Nia es rebelde, como casi todos los menores que llegan al poblado, y se ha mudado hasta allí por obligación. Oscar se propone ayudarla a escapar, igual que ha hecho con tantos otros, pero incluso para eso se resiste. El chico no tarda en comprender que no es una “clienta” como los demás: a él le mueve algo más que el dinero en la operación, y los sentimientos empiezan a hacer mella…
Candor es una novela que cuesta catalogar. Es, básicamente, una distopía. Pero no es igual que otras novelas clásicas del género, y si bien puede dar la impresión de ser una historia de ciencia-ficción, lo cierto es que se trata de una ciencia-ficción muy liviana. Aquí no hay naves espaciales ni seres modificados genéticamente: toda la ciencia consiste en mensajes subliminales escondidos en la música que un pueblo escucha a diario. Es tan fácil de comprender que al lector le resulta fácil meterse en la trama, y aunque la idea es sencilla, hay que admitir que está planteada de un modo brillante. Tan sencillo que es brillante. Por eso no debería considerarse ciencia-ficción: porque la ciencia es tan sutil y conocida por la gente de la calle que no se puede asustar al lector con premisas científicas. En este libro no hay ninguna y la distopía está perfectamente creada. Con un realismo escalofriante.
Si hay que comparar esta novela con otras, está claro que la primera influencia es 1984, de George Orwell. La “Habitación de Escuchar”, el terrorífico destino para los que no quieren aprender es un homenaje obvio a la “Habitación 101”, que en el clásico del autor británico servía para que los rebeldes se rindiesen a los encantos del siniestro Gran Hermano. ¿Y quién no recuerda Un mundo feliz, de Aldoux Huxley, con esas siniestras cintas que les ponían para dormir?
Nosotros sí que esperamos leer Candor en castellano próximamente. Una novela atípica, desde luego, pero inteligente y original. Quizá la forma de verla publicada sea enviar mensajes subliminales a los editores. Un consejo para ellos: que suban el volumen de su iPod. El Templo podría estar metiéndose en sus mentes sin que se den cuenta.