Hubo un tiempo en que los dioses caminaban por el reino de Corisande. Ahora, lo único que queda de ellos es la magia que corre por las venas de algunos humanos, los magos, además de las nueve prodigiosas reliquias que encapsulan su divino poder. Solo tres de ellas se han encontrado; el resto son el objetivo de los ambiciosos buscadores, cuyas pesquisas a menudo acaban con sus huesos en la prisión de Mithra.
A Evadne nunca le han interesado las reliquias. Ella desearía haber tenido su propio poder, pero no solo no nació maga, sino que, además, es una corriente bastante inútil: de pequeña la atacó un perro, y desde entonces, cojea. Y si se salvó de que la cosa fuera a peor fue gracias a que la defendió su hermana mayor, Halcyon. Ella sí es impresionante: hace ocho años se marchó a la legión, donde es una de las hoplitas más destacadas. Y hoy, por primera vez desde que se fue, su familia podrá volver a verla.
Pero Halcyon regresa antes de lo previsto, empapada y magullada. Confiesa que ha hecho algo horroroso, y que ahora su capitán la persigue para hacerle pagar el terrible precio de sus acciones. Halcyon, la hermana perfecta, el orgullo de la familia, se ha convertido en una fugitiva y una criminal.
Rebecca Ross ha sabido combinar una trama ágil y llena de giros con una narración anclada en los personajes; inicialmente La canción de las hermanas nos iba a llegar solo a través de la voz de Evadne, pero, aconsejada por su editora, la autora decidió incluir también capítulos de su hermana. Aunque es obvio que Eva tiene más peso, resulta enriquecedor contar con la narración de Halcyon, porque esta novela es muchas cosas: es baladas mágicas, es una corona prodigiosa, es un juego de espías, es un romance a fuego lento y es la cárcel de un dios; pero, sobre todo, es un canto al amor incondicional entre hermanas.
Es ese tema central, junto al cuidado sistema mágico y la ambientación inspirada en la antigua Roma, lo que da un toque distintivo a La canción de las hermanas; una historia de fantasía que deja con ganas de más.