«Cada vez que giraba el caleidoscopio, los espejos y los trocitos de cristal de colores se reorganizaban y quebraban el mundo».
¿Qué tienen en común la literatura y un caleidoscopio? Para Brian Selznick, ambos son instrumentos que nos permiten focalizarnos en los fragmentos que componen la vida, para así comprenderla o, por lo menos, expresar su sinsentido. En palabras del autor, durante el confinamiento sentía que «el mundo se estaba haciendo añicos y necesitaba que mi arte mostrara algo similar».
De este modo, decidió deconstruir el esqueleto de una historia que llevaba cinco años en su mente y dar forma a Caleidoscopio. Dividido en tres partes —«La mañana», «La tarde» y «La noche»—, la obra se compone de veinticuatro relatos, uno por cada hora del día, y sendas ilustraciones en blanco y negro. Las historias comparten elementos, como los dos amigos protagonistas (James y un narrador sin nombre), o los grandes temas de la muerte, el misterio, la amistad y la sabiduría. Hay imágenes, en el sentido figurado, que los unen (una manzana, una mansión abandonada, una biblioteca); pero también en el sentido literal, pues cada relato se acompaña de un plano frontal del interior de un caleidoscopio. Así, cada cuento funciona por sí mismo y como parte de un todo más grande que hay que construir.
En este experimento literario el lector se convierte en autor: ha de rellenar vacíos entre los relatos, cuestionarse el orden de los acontecimientos e incluso su veracidad. Con cada giro del caleidoscopio, parece que Selznick no solo atraviesa el tiempo y el espacio, sino también el plano de la realidad, como si de universos paralelos se tratase. De este modo justificamos nosotros las posibles incongruencias entre relatos, aunque seguro que cada lector tiene interpretaciones alternativas.
Con La invención de Hugo Cabret y Maravillas, sus publicaciones anteriores, Selznick ya demostró su gusto por la técnica: los mecanismos, las maquetas… Ahora, lleva la idea al extremo para que cada persona monte, a su gusto, un prototipo final. Habrá tantos como lectores, y por eso Caleidoscopio cumple con calidad su misión de recrear el arte abstracto. Una vez más, Brian Selznick difumina barreras entre medios y firma una obra inclasificable más allá del calificativo de arte con mayúsculas.