«No eres ni mi primer caballo, ni el segundo, ni siquiera el tercero; esta vez eres mi caballo como forma de protesta, mi caballo como desafío: […] mi monstruo de patas huesudas al que cuidar y murmurar a solas en defensa de los errores de mi padre, la encarnación de la identidad y la revuelta y el amor».
1938, Reino Unido. La familia de la joven Nan se dedica a la cría equina. En un desesperado intento por demostrar su hombría, a su padre, se le ha ocurrido, en lugar de invertir el dinero ahorrado para nuevos pastos, comprarle un caballo de caza, dispendio del que tardarán mínimo un año en recuperarse.
Su madre tiene la certeza de que al animal le falla algo, pero no consigue determinar el qué. Es el padre quien se percata de que el caballo que le han vendido, además de castrado, está ciego. De cualquier modo, el criadero familiar es un negocio y no un hospital. Por ello, enseguida la madre insistirá en que lo sacrifiquen, dado que ¿quién se hará cargo de él cuando Nan, que ya no es una niña (de hecho, es prácticamente una mujer), vuelva a Florencia para continuar sus estudios?
He aquí la obra clave de una autora modernista redescubierta en nuestro país por Muñeca Infinita: Kay Boyle. Por el momento, la editorial ha publicado esta brillantísima novela corta del 1940, El caballo ciego (2022), y también la que fuera su última colección de cuentos Vivir es lo mejor (2023), traducidas ambas por la excelsa Magdalena Palmer. Si se desea una nota biográfica de la escritora —que llegó a escribir más de treinta libros y rehuyó ser adscrita a la Generación Perdida—, se puede acudir al texto «Topónimos» de Joan Mellen, incluido en la edición aquí reseñada.
Creemos perfecta para esta sección la obra no solo por la edad de la protagonista, diecisiete años, sino porque es accesible y a la vez magistral. En ella, Boyle utiliza técnicas tales como el flujo de conciencia tan representativo del Modernismo, que al inicio puede chocar al lector, pero que dudamos le suponga problema alguno una vez sumergido en los pensamientos del narrador y los personajes. Boyle y su caballo ciego son, de hecho, más abordables —y, francamente, más apetecibles y no por ello menores— que Joyce, Faulkner o incluso Woolf.
Entre los temas que la autora trata en esta ocasión se encuentran, en primer lugar, la incomunicación (intrafamiliar) y el paso de la adolescencia a la edad adulta. Igual de relevantes son la debilidad, el choque entre interés y compasión o el miedo en sus diferentes formas. La obra puede estudiarse asimismo desde ópticas muy distintas y variadas: las relaciones de poder, el yugo de la vida en sociedad, la moral y ética, la retórica, el utilitarismo…
El caballo ciego puede definirse también como una obra de personajes, pero con un control del ritmo y la tensión deslumbrantes. Se nota de hecho que, antes que novelista, Boyle es cuentista —género literario del que fue renovadora—, por su destreza a la hora de hacer que la trama avance rauda.
La aparición del «inútil» animal —y cabe destacar que hay una mímesis del padre, pintor fracasado, con el caballo— es el detonante de lo que se ha cocido en la casa a raíz de la incomunicación. Pero, aunque sea tal, en cierto sentido este acaba importando poco, puesto que deviene más un símbolo que un ente: es el espejo en el que los personajes pueden verse reflejados, el centro de un triángulo equilátero.
«No puede hacer que un caballo pierda la vista y no pague por ello, de una forma u otra tiene que pagar. No habría justicia en el mundo si un caballo ciego pudiera hacer lo mismo que un caballo sin ningún defecto ni tara. Usted no puede hacer lo que es imposible, porque si pudiera no habría fin...»