Han pasado cuatro meses desde que la madre de Riley desapareciera. Riley no es capaz de recordar ningún detalle sobre lo ocurrido, pero tiene la certeza de que ha sido secuestrada. Aunque se reúne con Frank, un inspector de policía, para repasar sus declaraciones, nunca hay avances claros en la investigación. Mientras, su vida se desmorona por momentos: su familia se distancia más cada día y hablar de su madre se ha convertido en un tema tabú. En el colegio, se siente incapaz de dirigirle la palabra a Dylan, el chico que le gusta, y tampoco ayuda que los abusones no le dejen en paz.
Su única esperanza para lograr que su madre vuelva es encontrar a los Susurros, unas hadas mágicas que conceden deseos a cambio de tributos. Así pues, junto con Tucker, su fiel perro, y Gary, su mejor amigo, se embarcará en un viaje hacia las profundidades del bosque en su busca. Pero en esta historia nada es lo que parece, y lo que le espera escondido entre los árboles cambiará su vida para siempre.
A primera vista, El bosque de los susurros puede parecer una obra más infantil de lo que en realidad es, porque está narrada desde la perspectiva de Riley, un niño de once años. Sin embargo, esconde una historia llena de madurez y rebeldía.
Una de las razones por las que la obra sorprende es su realismo. Aunque incluye elementos mágicos y fantásticos, estos están muy vinculados a la imaginación del protagonista y se utilizan como un desencadenante para el inicio de la trama, que pronto avanza hacia otros derroteros.
El autor trata temas complejos, como el duelo, la sexualidad o la búsqueda de la identidad, pero lo hace de una manera tan sutil que el mensaje no cobra sentido hasta llegar al final de la obra. Si bien esto dificulta que entendamos la historia al principio, también favorece que nos veamos implicados en ella y permite que, poco a poco, comprendamos mejor a su protagonista y que podamos encariñarnos de él.
Aunque no falta el humor y el desenfado propio de la niñez, la magia de esta novela reside en su capacidad para dejarnos con los sentimientos a flor de piel. Greg Howard ha plasmado sus preocupaciones, anhelos y vivencias entre estas páginas, lo que permite que muchos podamos sentirnos identificados. Sin importar la edad con la que se lea, la historia de Riley resulta conmovedora e invita a la reflexión.