A todos los niños les gusta trepar a los árboles. En 1767, el jardín de los Piovasco di Rondò se podía atravesar de punta a punta caminando por sus ramas, y también se podía llegar a cualquier sitio de la villa de Ombrosa de ese modo. Lo que diferencia a Cosimo de los demás niños es que él subió… pero no volvió a bajar.
En una familia llena de excéntricos (desde su madre, apodada la Generala, al Caballero Abogado Enea Silvio Carrega, que vivió en Turquía, según dicen, al servicio del sultán), Cosimo se lleva la palma. Aunque al principio su aventura parecía un capricho infantil, pasaron los días y después los meses, y Cosimo se fue adaptando cada vez más a la vida en los árboles.
El barón rampante está narrado por Biaggio, el hermano pequeño de Cosimo. En el momento en que transcurre la acción, Biaggio tiene ocho años, pero recuerda los acontecimientos siendo ya adulto, lo que le permite describir la situación y a los miembros de su familia de una forma certera, ingeniosa y mordaz.
La rebelión de Cosimo, que le lleva a subir a los árboles, no es más que el principio. Le esperan una serie de aventuras, que contrastan con la cotidianidad de la vida de su hermano pequeño. Cada miembro de la familia reacciona de un modo diferente a la situación del primogénito, pero el lector se siente identificado con Biaggio, que va experimentando preocupación, tristeza, envidia, alivio...
Italo Calvino logra que esta historia, tan surrealista, sea completamente creíble. La narración, fluida y muy cuidada, nos va mostrando al curioso elenco de personajes, las costumbres de la época y la peculiar vida del barón rampante.