Crecemos oyendo que si mentimos nos crece la nariz, que a los niños que no se esfuerzan en el cole les salen orejas de asno y que la voz de la conciencia se llama Pepito Grillo. El responsable de todas estas advertencias es Pinocho, el muñeco que quería ser un niño de verdad.

Pero ¿quería realmente?

En 1881, un periodista y traductor de cuentos de Perrault llamado Carlo Collodi publicó Las aventuras de Pinocho, el muñeco más revoltoso de todos los tiempos. A Pinocho lo de ser un niño «de verdad» no le importaba demasiado; durante casi toda la historia no parece tener más deseo que desobedecer, más ambición que huir de la escuela ni mayor talento que su facilidad para meterse en un lío tras otro: sus desventuras son la personificación de todo lo que un niño bueno no debe hacer.

Las aventuras de Pinocho mezcla la ingenuidad infantil con una crudeza casi inquietante. Pinocho es timado, encarcelado y vendido, y está a punto de morir acuchillado, ahorcado, devorado, ahogado y estofado. Toda una serie de infortunios de los que se habría librado, quizás, de haber contado con Pepito Grillo; por desgracia para él, en Las aventuras de Pinocho jamás se menciona a ningún Pepito, tan solo a un grillo parlante al que Pinocho aplasta de un martillazo allá por el capítulo cuatro (de treinta y seis).
Aunque el famoso muñeco es el protagonista indiscutible, su historia la adereza un extenso elenco de secundarios: zorras y gatos estafadores, temibles tiburones (que no ballenas), caracoles porteros y otros tantos animales que le dan a Las aventuras de Pinocho un encantador aire de fábula.

Aquí no encontrarás arcos sorprendentes o personajes profundos. La historia engancha por el placer de saltar de embrollo en embrollo y de viajar por sus imaginativos parajes, como el gran teatro de títeres o el País de los Juguetes. ¡Y por supuesto, por la curiosidad de descubrir cuánto hay de verdad y cuánto de invención en la película de Disney! Sé un niño bueno y dale una oportunidad a Las aventuras de Pinocho.