«Me llega su olor, el almíbar de la miel, la oscuridad un poco agria de la cera y los restos del humo. Es un enjambre de aromas que predice la blandura del panal en la boca, su tacto tibio y dulce. Aprieto los labios y la cera se prensa y emana el chorro de la miel que me llena el paladar. Es un sabor intenso, dulce, delicioso».
Elena está pasando unos días en El Enebro, un pequeño pueblo donde vive su tío Abelardo, un apicultor para el que las abejas lo cambiaron todo. A Elena no le gustan las abejas, pero está dispuesta a escuchar las historias de su tío, sobre todo la de Amelia y las abejas. Amelia fue el primer amor de Abelardo, un fantasma en la historia que le cuenta a Elena. Ella también va a sentir ese primer aleteo en el estómago con Ambrosio, un chico del pueblo al que se esfuerza en comprender.
Mónica Rodríguez es el ejemplo de cómo se puede construir un universo rico en detalles en apenas ciento veinte páginas. Desde la sencillez que evoca la vida rural, reflejada en su estilo, la autora ha creado una novela breve y muy poética. A modo de pequeña fábula, la historia del pasado de Amelia se enlaza con la que vive Elena en el presente. Los saltos entre la fábula, la narración y la realidad son muy sutiles; todo se convierte en un entramado atemporal a través del recuerdo, que teje pasado y presente.
Amelia y las abejas se sitúa precisamente en el terreno de los mitos, todos los que existen alrededor de las abejas: los del dios Ra, Telepinu o Platón, que cuando era un bebé recibió miel de las abejas en su cuna, que la depositaron en sus labios, algo que marcó su sino.
La autora contagia su fascinación por las abejas, sus jerarquías y la importancia que tienen en nuestra sociedad. Gracias a ellas, logra contar dos historias de amor, ambientadas en un mundo rural que se convierte en un paraíso desde su mirada.
La tragedia de la pérdida, la mirada limpia del primer amor, el poder de las historias y el retrato de la vida rural abandonada son los temas que construyen esta novela, un recordatorio de que las abejas son las polinizadoras del amor del mundo.