Alma ha venido de más allá del mar. Ha llegado a la isla donde vive Otto, un pueblo de pescadores de la costa. Ha sido el padre de Otto quien la ha salvado de morir ahogada y la ha llevado a su hogar. Su piel es negra, tiene la mirada inquieta y no entiende una sola palabra del idioma.
Otto queda fascinado por su presencia en casa, pero también teme que le haya quitado su lugar en la familia, de manera que a su interés por la muchacha se suman los celos y la inseguridad que siente desde su llegada. Ninguno de los dos niños se entiende del todo bien: tienen la barrera del idioma y el no haber congeniado bien en su contra. Pero el amuleto que porta Alma evoca unas potentes imágenes del pasado de la chica que quizá hagan entender a Otto por qué está Alma allí y de dónde viene.
Galardonada con el Premio Anaya, esta obra de Mónica Rodríguez acaba de iniciar un recorrido que creemos que será muy largo. En ella aborda un tema tremendamente presente en el panorama mundial como el de los refugiados y lo hace desde el punto de vista de un niño que no entiende y una muchacha que entiende demasiado.
Alma y la isla tiene un despliegue cromático inmenso en una prosa lírica y muy bella, acompañada de las extraordinarias ilustraciones de Ester García, que reflejan toda la viveza que tiene el texto. Es una historia con una ambientación muy lograda, donde el lector se ve inmerso en el pueblo de pescadores y sus gentes. La novela te transporta a los pies del mar y casi puedes sentir los olores y colores frente a tus sentidos.
Además, es un libro donde la magia también tiene un papel importante. La fantasía se introduce en los pliegues de la realidad de los dos niños como vehículo para la conversación.
Sin duda, Alma y la isla es una novela que da sentido a esta sección, pues sus distintos niveles de lectura la hacen una historia sin edad, emotiva y directa.