Praga, 1939. Los tanques del ejército nazi desfilan por las calles. Misha, de nueve años, come galletas mientras ve por la ventana cómo la multitud saluda a los soldados con el brazo extendido, como hacen los alemanes. De pronto, una pareja se lanza desde un quinto piso. Nadie hace nada
Praga, 1941. Hace semanas que se llevaron a su padre y aún no tienen noticias. La nueva casa es vieja y pequeña y hay demasiada gente en el edificio. Misha hace cinturones de cuerda para venderlos en la plaza, pero cada vez es más difícil: todo el mundo puede ver la estrella amarilla bordada en su pecho.
Terezín, 1942. Las manos y la cara tienen que estar bien lavadas, especialmente después del trabajo; las camas, libres de chinches; los baños, limpios y recogidos. Es la única forma de mantener a raya la enfermedad en la Sala Siete, donde Misha duerme con otros cuarenta muchachos que se convertirán muy pronto en amigos: los Nešarim.
Todd Hasak-Lowy narra la historia real de Michael Gruenbaum y sus vivencias durante más de dos años en el campo de concentración de Terezín, un «lugar de paso» a campos de exterminio como Auschwitz. La novela queda enmarcada por un prólogo del autor en el que explica el camino que ha seguido para contar su historia y un epílogo del escritor hablando del proceso de colaboración entre ambos, además de un anexo de fotografías del autor, su familia y algunos supervivientes.
A través de una primera persona, acompañamos a Misha desde los nueve años hasta los quince y somos testigos de su evolución. Este punto de vista logra conectar muy bien con el lector, ya que, sin dejar de crear conciencia sobre la barbarie nazi, no presenta un relato documental lleno de datos, sino una historia de fraternidad y supervivencia en las peores circunstancias. Sus compañeros, los Nešarim, tienen un peso enorme en la novela, especialmente el personaje de Franta, su mentor y protector.
A pesar de la angustia, el temor a las deportaciones, la pérdida de amigos, el trabajo forzado y el hambre, en la historia de Misha brillan con más fuerza los partidos de fútbol, las clases clandestinas, el teatro, los amigos; y es que nunca debemos olvidar que, hasta en los momentos más oscuros, en algún lugar todavía brilla el sol.