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Un monstruo viene a verme
Patrick Ness, Sally Cookson, Adam Peck

LaJoven
Del papel a la pantalla El Templo#103 (Diciembre 2024-Enero 2025)
Por Pablo G. Freire
82 lecturas

Son las 20:00h de la tarde, la función está a punto de comenzar y La Sala Roja de los Teatros del Canal de Madrid está llena de gente joven, pero joven de verdad: de esa a la que las programaciones de los teatros suele olvidar en cuanto acaba el horario escolar y cierran los institutos.

Entre ellos está sentado el mismísimo Patrick Ness, que ha viajado hasta España para presenciar el evento. Hay incluso quien se vuelve con expectativa cuando escucha su nombre, tratando de encontrarlo entre la multitud.

Apenas unos minutos después, todas esas miradas se dirigen a un mismo lugar e imaginan juntas una misma cosa sobre un escenario que —quién sabe si por primera vez— les devuelve una mirada cómplice que pocas veces encuentran fuera de la literatura. Lo hace en forma de cuento, y los cuentos, ya se sabe, son criaturas salvajes, impredecibles y violentamente honestas.

Este cuento tiene como protagonista a Conor, de 13 años, que vive con su madre enferma de cáncer frente a un viejo cementerio en el que crece un tejo milenario. En el colegio los otros chicos se meten con él y ya no se habla con Lily, la que fuera su mejor amiga. En casa las cosas no van mucho mejor, y el estado de su madre hace que reciba la visita inesperada de su abuela, una mujer a la que detesta, y su padre, con quien apenas tiene relación desde que se mudó a Estados Unidos. Pero la visita que lo cambiará todo sucederá siete minutos pasada la medianoche, cuando, al abrigo de la oscuridad, el árbol del cementerio abra los ojos y eche a andar. No se detendrá hasta que alcance a Conor y le cuente tres improbables historias con una condición: que reúna el valor suficiente para contar una cuarta y esta sea, por fin, su verdad.

Podríamos narrar esta historia de memoria. La aprendimos de Patrick Ness, que nos la descubrió en 2011 en una novela (basada en una idea original de Siobhán Dowd) que, con la perspectiva que nos ha dado el tiempo, nos atrevemos a calificar como un imprescindible de la literatura juvenil.

En 2016 el monstruo echó raíces en España con una excelente adaptación cinematográfica dirigida por J. A. Bayona, y tan solo dos años después, en 2018, llegó a los escenarios de Reino Unido con un montaje teatral firmado por Sally Cookson y Adam Peck, estrenado en el Old Vic de Londres.

Ahora, Un monstruo viene a verme regresa a nuestro país en un montaje teatral producido por LaJoven en colaboración con la Asociación Española Contra el Cáncer y dirigido por José Luis Arellano. Se trata de una traducción directa del montaje británico, y quizá por eso nos resulta familiar. Como en aquella ocasión, el espacio escénico no necesita más que un puñado de sillas para generar tantos mundos como pida la historia, y el elenco apenas abandona la escena para propiciar sus transformaciones con movimiento escénico coordinado por Chevi Muraday. También la música de Alberto Granados nos recuerda a la que compusiera Benji Bower para el montaje original, y por supuesto toma su mismo texto, con traducción de David R. Peralto.

Aunque seguramente sea un lugar injusto desde el que mirar, es inevitable leer este montaje como una versión algo más diluida, menos dinámica, del original: una obra con una fuerte apuesta física creada a través de un proceso de devising con toda la compañía (a falta de un término propio, en España solemos tomar prestado el anglicismo o, si acaso, el más impreciso «creación colectiva»). Por cuestiones que no vienen al caso, es menos común disponer de los tiempos y los recursos necesarios para este tipo de procesos en nuestro país, y se intuye que el montaje español ha tenido un periodo de ensayos más acotado a partir del texto.

A pesar de las odiosas comparaciones, lo que LaJoven pone en escena es una visión —si bien más contenida— completamente autónoma del material, que sigue emocionándonos con la precisión de un reloj. No importa cuántas veces hayamos visitado la novela, la película, la obra original, su texto o sus bandas sonoras: la potencia de su historia vuelve a tomarnos por sorpresa y sacudirnos ahí, exactamente ahí, donde creíamos que ya no nos quedaban lágrimas por llorar. Y aunque esta no debe ser, necesariamente, la medida por la que tomarle el pulso a la ficción, aquí es síntoma de una gran sensibilidad. Gran parte del mérito se lo debemos a un reparto liderado por Elisa Hipólito (Conor), Cristina Bertol (Madre), Antonia Paso (Abuela) y Eduardo Aguirre de Cárcer (Monstruo), pero algo tendrán que ver también las palabras de Patrick Ness, que aguantan los embates del tiempo y la repetición, y conservan cada noche el poder de articular nuestros temores más inconfesables y de sostener —nada más teatral que esto— dos realidades opuestas que, sin embargo, coexisten en un mismo espacio.

Palabras, cuerpos y miradas convergen en el tejo milenario que es uno con el monstruo y se erige como centro de todas las historias que habitan la escena. Y es aquí, en la escenografía que firman José Luis Raymond y Laura Ordás, donde la producción de LaJoven toma su decisión más audaz. Allí donde la versión británica formaba su árbol a partir de cuerdas colgadas del techo, haciéndolo y deshaciéndolo a voluntad, este montaje opta por plantarlo en escena con una estructura retorcida de tablones de madera que permite al elenco interactuar con él e incluso moverlo por el espacio. Completan la composición multitud de pantallas como frutos de sus ramas que, con videoescena de Álvaro Luna, se transforman en ojos que nos remiten al imaginario de la película. Si bien encontramos en las cuerdas una solución más eficaz (siempre es más teatral conjurar un árbol allí donde no lo hay) la apuesta de La Joven es, sin duda, su rasgo más distintivo, y una decisión creativa que dota al montaje de una identidad propia que desearíamos que hubiera podido hacerse extensiva a todos los departamentos.

En todo caso, tan emocionante como revisitar una de nuestras historias favoritas es poder ver teatro decididamente juvenil en un teatro público, ocupando uno de los escenarios más importantes de la capital (aunque confesamos que nos hubiera gustado verlo en un espacio más pequeño, más íntimo). Si ya es raro poder disfrutar de este tipo de funciones, más excepcional aún es que sucedan fuera del circuito escolar y abiertas al gran público; un reclamo por el que compañías como LaJoven llevan años trabajando. Y ya puestos a reivindicar, barremos para casa y soñamos con (más) adaptaciones de nuestras propias autoras y, por qué no, con (aún más) textos originales que, de paso, puedan revitalizar una literatura dramática juvenil prácticamente inexistente en nuestro país.

En estos términos, que exista un montaje como Un monstruo viene a verme es un hito que celebrar, y que además esté a la altura de su legado, digno de un sincero aplauso. Tras un estreno en Madrid de tan solo dos semanas, la función iniciará una gira por España (con fechas confirmadas para Barcelona y Málaga) antes de regresar a la capital en la próxima temporada. Puedes consultar fechas y plazas en la web de la compañía.