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La abuela
Chris Pueyo

Destino
Reseñas de novedades El Templo#73 (diciembre 2019)
Por Javier Moriones
4.381 lecturas

«Los que hemos perdido una y otra vez sabemos que no hay mejor escuela de la vida que caer y levantarse, hemos conservado la fuerza y la valentía para todo aquello que acontezca».

La abuela ha tenido muchos nom­bres. Se la ha conocido como la Dama de Hierro, pero antes fue la Chica de Alam­bre. Ya nos la habían presentado en El Chico de las Estrellas, pero es que Chris Pueyo ha querido construirle un monu­mento, una forma de hacerla inmortal. Porque, cuando ella muera, ahora que ha cobrado forma de libro podrá vivir para siempre en la Biblioteca X.

A través de estas memorias, com­partidas entre abuela —madre, como señala Chris— y nieto se cuenta la histo­ria de una mujer que luchó por ser libre en un mundo de hombres. Una narrati­va que abarca desde los años 40 hasta la actualidad; una vida bajo la dictadu­ra de Franco, donde las mujeres, sobre todo las que iban contra lo establecido, lo tenían muy difícil para ser indepen­dientes.

Chris Pueyo vuelve a la narrativa tras la publicación de su primera novela, El Chico de las Estrellas (2015), y su paso por la poesía con Aquí dentro siempre llueve (2017), en un género en el que se encuentra cómodo: la autoficción. En este caso, el autor hace un homenaje a la persona más importante de su vida: su abuela.

El retrato se compone cronológica­mente, en un diálogo continuo entre el propio autor/personaje y la abuela, que nos deja testimo­nio de su historia. Por su recorrido vital pasan mu­chos personajes: Manos de Fuego, el Francesito, el Cabezón, la Mano Derecha de Dios o el Hombre Bueno, todos ellos nom­bres representa­tivos de los per­sonajes, pequeños guiños en los que el autor disfraza la realidad.

Si bien la prosa de Pueyo sigue en un proceso de búsqueda y algunos de­talles de la edición podrían mejorar­se, La abuela destaca por la composi­ción de un universo personal y lleno de referencias, del que el lector es cómpli­ce en todo momento, lo cual es su ma­yor virtud a la hora de conectar con su público. El tono confesional del libro es ya marca propia del autor y potencia su visión más lírica de la realidad.

Por esto, la dureza del relato impli­ca al lector desde el principio, a pesar de ser testigo mudo de hechos aconte­cidos hace años: a través de sus páginas pasan hombres maltratadores, enfer­medades que amilanan a personas cer­canas e incluso se puede encontrar una breve estancia en la cárcel.

Esta es, ante todo, la historia de una mujer resiliente, que se levanta más fuerte tras cada caída: en cada momen­to vivido hay una lección compartida generosamente con sus lectores.