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Entrevista a...

César Mallorquí

El Templo #12 (octubre 2009)
Por Sandman
13.315 lecturas
Digno hijo de su padre –José Mallorquí el célebre creador del personaje literario el Coyote– a César lo de escribir le viene de casta. Su curriculum es impecable: tres veces ganador del Edebé y una del Gran angular. Además, ha recuperado para las nuevas generaciones un género clásico como es el de la aventura con su serie de Jaime Mercader. Ex-periodista, ex-publicista, enamorado de la ciencia-ficción y de los libros. Con todos ustedes, Mallorquí. César Mallorquí.

¿Cómo se lleva el ser hijo de un escri­tor? ¿Te ha influido de alguna manera la obra de tu padre en tu carrera lite­raria?

César Mallorquií

Ser hijo de José Mallorquí siempre ha sido un motivo de orgullo para mí. De hecho, llevar ese apellido tan poco fre­cuente –y tan conocido y querido por tan­ta gente- me ha ayu­dado mucho, y no me refiero sólo a la lite­ratura. Supongo que su obra influyó en la mía, claro; pero hay tantas otras influen­cias... En cualquier caso, mi afición a la literatura y el hecho de haberme plantea­do ser escritor profe­sional se deben, sin duda, al influjo de mi padre.

Tú, al igual que Elia Barceló, comenzas­te escribiendo fan­tástico para adultos, te llevaste los premios más importan­tes en España dentro de esa categoría y un día, de repente, pasaste a escribir para jóvenes. ¿A qué se debió esa de­cisión? ¿Fue una cuestión de mercado? ¿Cómo se tomaron tus lectores adultos ese cambio? ¿Y tus editores? ¿Conocías la novela juvenil que se hacía en Espa­ña en ese momento antes de dar ese paso? ¿Qué opinas de los nuevos auto­res de fantástico que están surgiendo en nuestro país?

Abandoné el fan­tástico –la ciencia ficción en concreto- por tres motivos: en primer lugar, por­que no me conven­ce el rumbo que ha tomado el género en las últimas déca­das. En segundo lu­gar, porque la clase de fantástico que yo escribía sólo me interesaba a mí y a unos pocos más. Por último, porque es imposible profesio­nalizarse en España escribiendo fantás­tico.

Mis lectores adultos, y mis editores, se lo tomaron... mal, supongo. En cierto modo se vio como una deserción, porque yo formaba parte del grupo de escritores que impulsaron el fantástico español a principios de los 90 y había grandes espe­ranzas puestas en ese grupo. En mi des­cargo, señalaré que varios de esos escri­tores acabaron, igual que yo, desertando del género. Pero no de la literatura.

En cuanto a mi conocimiento sobre la novela juvenil, era entonces, y es aho­ra, prácticamente nulo. Recuerdo que, cuando me planteé escribir un relato ju­venil, compré y leí cinco o seis novelas de ese género; dos de ellas (no citaré nombres) me gustaron, pero el resto me irritó, porque eran condescendientes con el lector y eso, a mi modo de ver, es un error. Cuando yo tenía 14 años leía de todo -salvo literatura juvenil, que enton­ces prácticamente ni existía-, y no ne­cesitaba que el autor se “pusiese a mi altura” para disfrutar del texto. Desgra­ciadamente, muchas novelas, más que para jóvenes, parecen estar destinadas a imbéciles. Así que decidí no leer juve­nil –salvo ciertos autores- para mantener mi estilo lo más libre de influencias posi­ble.

Respecto a los nuevos autores es­pañoles de fantástico, no los conozco a todos, pero hay muchos y eso, tratándo­se de un género tradicionalmente pros­crito en nuestro país, ya es bueno. Pero es que, además, hay excelentes narrado­res entre ellos, lo cual es aún mejor. Pa­rece que algo está cambiando en nuestra literatura.

 

En tu narrativa utilizas dos recursos poco usados en la actualidad (sobre todo por autores españoles). Uno es la apelación directa al lector por parte del narrador y el otro es la anticipación de hechos futuros todavía no narrados (o flash-forward). ¿No te preocupa que el primero rompa la magia de la narración (al hacernos ver que estamos al otro lado) y que el segundo destripe infor­mación antes de hora? ¿A qué se debe el que los uses? ¿Buscas aumentar la complicidad con el lector en el primer caso y avivar el interés en el segundo caso?

La mansión DaxLa apelación directa al lector sólo la utilizo en mis novelas de Jaime Mer­cader (La Cruz de El Dorado y La piedra inca). Se trata de un recurso decimonó­nico, muy utilizado en el folletín; pero como la serie está ambientada a princi­pios del siglo XX me pareció apropiado usarlo, igual que empleo en esas novelas un lenguaje ligeramente anticuado. Por otro lado, para que esos textos funcio­nen, es vital empatizar con el protagonis­ta/narrador, porque no es un héroe, sino un bribón con cuyas acciones no siempre vamos a estar de acuerdo, de modo que resulta muy importante que caiga sim­pático. Por eso Jaime “coleguea” con el lector, le interpela, charla con él. Es un modo de implicarle en el texto y de ha­cerle simpatizar con el narrador.

La anticipación de los hechos (una figura que se llama prolepsis, como Care Santos me enseñó) sí que forma parte de mi estilo y la uso en casi todos mis textos. La cuestión es, ¿por qué alguien, una vez comenzada una novela, sigue le­yendo? Pues, entre otras cosas, porque quiere saber lo que va a pasar. O cómo y por qué va a pasar. La técnica consiste en anticipar parte de la información, pero no toda, de tal forma que lo que revelas, lejos de explicar las cosas, contribuya a aumentar el misterio. Por ejemplo, al fi­nal de la primera parte de La Mansión Dax, Alejo, el protagonista, conoce al señor Dax, un caballero amable, noble, cariñoso, una excelente persona. Pues bien, lo último que dice Alejo sobre él al concluir esa primera parte es: “Todavía me pregunto de dónde saqué las fuerzas necesarias para matarle”. Aún quedan casi doscientas páginas de novela y ya he contado el final: el protagonista matará a su benefactor. La cuestión, lo que atra­pa al lector, no es en este caso qué va a pasar, sino por qué va a pasar.

Tu obra se basa en hechos ficticios, pero hay una novela, la única si no nos equivocamos, La compañía de las mos­cas, en la que el punto de partida fue un hecho real (la matanza que se pro­dujo en el instituto Columbine). ¿Hasta qué punto te afectó este suceso? Por cierto, ¿el título de esta novela es un homenaje a El señor de las moscas? Las lágrimas de Shiva

En efecto, La compañía de las mos­cas es mi única novela inspirada (más que basada, pues la historia es muy dis­tinta) en un hecho real, la matanza de Columbine. Todavía recuerdo con clari­dad el momento en que vi en un tele­diario las imágenes que captaron las cá­maras de seguridad del instituto; eran escalofriantes. Lo eran por la irracional violencia que mostraban, pero lo que más me impresionó fue la actitud de Eric y Dylan, los asesinos adolescentes. Sus rostros mostraban euforia, se lo estaban pasando de maravilla, era el mejor día de sus vidas... y estaban cometiendo una masacre. Sí, me afectó mucho, porque ni siquiera había una explicación a la que agarrarse. Fue como contemplar el mal en estado puro.

El título, en efecto, es un home­naje/referencia a la novela de Golding. También es un pésimo título que nadie consigue recordar; si volviese a publicar la novela, se lo cambiaría.

¿Cuál es tu método de trabajo de cara a una nueva novela? ¿Improvisas o cuan­do te pones a escribir tienes definida ya toda la trama? ¿Hay alguna novela inacabada? ¿Abordas de la misma ma­nera una novela para jóvenes que para adultos?

Cuando inicio una novela, tengo to­talmente definida la trama, la estructura y los principales personajes. Hay escrito­res de mapas (que tienen planificado el trayecto antes de iniciar el viaje) y hay escritores de brújula (que inician el viaje casi a ciegas y se van orientando por el camino); yo pertenezco sin duda al pri­mer grupo. Toda novela mía tiene al me­nos dos o tres meses previos de prepara­ción mental, así que cuando me pongo a escribir ya tengo en la cabeza gran parte del material que voy a usar.

¿Novelas inacabadas? Por supuesto, debo de tener cinco o seis, pero casi to­das son comienzos que no pasan de las veinte o treinta página. Sólo hay una bastante avanzada, pues la aparqué (que no abandoné) cuando iba más o menos por la mitad. Algún día la retomaré.

Sí, por supuesto, abordo de idénti­ca manera las novelas para jóvenes y las novelas para adultos. No hago la menor diferencia; lo contrario sería caer en el error que antes mencionaba.

 

El último trabajo del señor LunaHemos notado que hay algunas temáti­cas en las que reincides en diferentes novelas: la venganza (La mansión Dax, El último trabajo del señor Luna), el Mal, ya sea inherente al ser humano (La compañía de las moscas) o como culto al propio Diablo (La catedral), las sociedades secretas (La caligrafía se­creta, El maestro oscuro) y los nazis (La puerta de Agartha, La fraternidad de Eihwaz). ¿Qué te fascina de estos temas?

Dicen que no hay más de diez o doce temas literarios básicos (algunos asegu­ran que menos) y sin duda la venganza sería uno de ellos. Aunque, la verdad, no creo que sea uno de mis temas recurren­tes. La Mansión Dax trata, en efecto, de la venganza, pero sobre su lado oscuro, presentándola como algo perverso y destructor. En cuanto a la confrontación en­tre el Mal y el Bien... bueno, eso sí que es un tema literario básico. No obstante, reconozco que el Mal provoca en mí cier­ta fascinación, porque forma parte de nosotros, es inherente al ser humano por mucho que queramos negarlo. Por eso, personas por lo general buenas puede cometer atrocidades.

Pero también me fascina el Bien; por ejemplo, La compañía de las moscas habla sobre el Mal, es cierto, pero sobre todo se centra en la bondad. Cuando la escribía me propuse crear un personaje que fuese absolutamente bueno, pero a la vez interesante (los personajes nega­tivos suelen ser más atractivos que los positivos). Así surgió Daniel, quizá el per­sonaje más complejo que he diseñado ja­más.

Respecto a los nazis... en fin, inte­resándome el Mal es lógico que me inte­rese el nazismo, pues no creo que haya habido un régimen más maligno que ese. Pero lo que realmente me apasiona es la Segunda Guerra Mundial. Fue un episodio clave en el devenir de la humanidad, algo así como una raya trazada en el mapa del tiempo: hasta ahí, las cosas eran de una manera; a partir de ahí fueron completa­mente distintas. Algún día quiero escri­bir una novela ambientada durante esa guerra; no tengo el argumento, pero sí el escenario: los Pirineos, una especie de zona de nadie que durante el conflicto estuvo transitada por los nazis, la resis­tencia, los contrabandistas, los maquis y los franquistas. Sin duda, ahí hay una buena historia.

En tu obra alternas novelas de misterio (Las lágrimas de Shiva), históricas (La caligrafía secreta, La mansión Dax, La catedral) y de aventuras (La cruz de El Dorado, La piedra inca). ¿Con qué te­mática te sientes más cómodo?

En realidad, el misterio forma par­te de todas mis novelas: es el principal motor de mi narrativa. Yo diría que mis libros, en general (pues hay excepcio­nes), se dividen en thrillers y aventuras. Lo del género histórico es un poco raro... Si he de ser sincero, sólo una vez he deci­dido escribir una novela histórica: La ca­tedral. El resto (he escrito siete “novelas históricas”, ahora estoy con la octava) eran argumentos propios del thriller o del relato de aventuras que, por un motivo u otro, me pareció mejor ambientar en el pasado. Pero inicialmente no pretendía escribir novela histórica, sino thriller o aventura.La cruz de El Dorado

¿Con qué me siento más cómodo? Sin dudarlo un instante, con el género de aventuras. Me lo paso muy bien escri­biendo esa clase de relatos.

Y llegamos por fin a las Memorias de Jaime Mercader, tu saga más famosa. ¿Para cuándo la tercera parte? ¿Es ver­dad que saldrá el personaje de El Co­yote como homenaje a tu padre en esa novela? ¿Con la tercera parte te despe­dirás del personaje? ¿Volverán a apare­cer los carismáticos secundarios (Rasul, Yocasta...)?

La tercera parte debería haber aparecido hace un par de años, pero cir­cunstancias inesperadas me impidieron escribirla. Si todo va bien, estará en las librerías a finales del año que viene o comienzos del siguiente. Y sí, es cierto, saldrá El Coyote; o más bien don César de Echagüe, su alter ego. Pero no sólo se trata de un homenaje, sino también de una reivindicación sentimental. Mi pa­dre murió antes de conocer mi trabajo como escritor, de modo que esa novela será una especie de lazo entre su obra y la mía. Porque Jaime Mercader no sólo conocerá a don César: emparentará con él.

En principio tenía previsto escri­bir una trilogía, de modo que sí, será la última novela de Pequeño Jim. Y me da pena, lo confieso, pero no quiero atarme a un personaje y a una serie. Además, soy consciente de que las series dema­siado largas acaban perdiendo calidad y no quiero que eso suceda. Volverán a aparecer los secundarios, claro, pero no todos. En La piedra inca, Yocasta era la coprotagonista del relato y al final de la historia se enriquecía, así que en el tercer título Yocasta estará viajando por Europa y no aparecerá. Pero sí Rasul Alí Akbar, que se convertirá en el motor del relato. Por primera vez sabremos algo de su vida, entre otras cosas por qué viajó a América: para llevar a cabo una vengan­za. Además aparecerá un personaje in­esperado, cuya identidad mantendré de momento en secreto. Confieso que tengo ganas de ponerme a escribirla.

 

En La cruz de El Dorado y La piedra inca retomas el concepto de la aven­tura más clásica (Tintín, Corto Maltés) con elementos de la novela picaresca del siglo de oro. ¿Fue algo hecho a con­ciencia o te surgió por casualidad? Es muy importante en estas dos novelas la relación que Jaime Mercader tiene con su padre, ¿algún paralelismo con la re­lación que tenías con el tuyo?

Esta pregunta ha dado en el clavo: Jaime Mercader es mi versión particu­lar de Tintín. Un Tintín algo canalla, por supuesto. El capitán Haddock sería una mezcla entre Rasul y el padre de Jaime, y Yocasta una versión muy libre del pro­fesor Tornasol. Cuando comencé a escri­bir La cruz de El Dorado me propuse a conciencia retomar la aventura clásica y mezclarla con la novela picaresca. Con Jaime Mercader quería volver a la figura del pícaro que tanto lustre dio a nuestra literatura; pero no un pícaro del Siglo de Oro (eso ya se ha hecho muchas veces), sino un pícaro moderno, un buscavidas del siglo XX.

En efecto, la relación entre Jaime y Fernando, su padre, es importantísima. Se trata del clásico vínculo discípulo-mentor, pero con una diferencia: los dos son unos vividores y los dos están locos. Confieso que Jaime Mercader es lo que me hubiese gustado ser a mí... si me hu­biese atrevido y si tuviese madera para ello. Por lo demás, no tiene nada que ver conmigo. La relación con mi padre fue mucho más normal.

Jaime Mercader y Alejo Zarza (protago­nista de La mansión Dax) son dos bus­cavidas, en el primer caso un jugador de cartas profesional y en el segundo un carterista, ¿te atraen ese tipo de personajes? ¿Dan más juego?

César MallorquíLos personajes ambiguos y turbios son muy interesantes. Al tener diversas facetas, a veces contrapuestas, se vuel­ven más “tridimensionales”, más com­plejos y ricos. Los personajes totalmente buenos o totalmente malos son previsi­bles; pero tratándose de alguien como por ejemplo Jaime, sencillamente no tienes ni idea de lo que va a hacer (ni siquiera él lo sabe). Por otro lado, tan­to Alejo como él son delincuentes, pero ninguno de ellos emplea la violencia para cometer sus delitos. No me gustan esos personajes atiborrados de testosterona que lo resuelven todo a tiros o puñeta­zos. La violencia, de puro simple, acaba siendo aburrida. Ahora bien, aunque am­bos son buscavidas, hay inmensas dife­rencias entre ellos. Jaime representa el lado luminoso de la aventura, mientras que Alejo vive en el sector oscuro.

¿Te han hecho alguna oferta para llevar al cine alguna de tus novelas? ¿Qué opi­nas de la película que hizo Mario Camus sobre el personaje de tu padre: El Co­yote? ¿Es verdad que colaboraste en el guión de la misma?

Sí, me han tanteado productoras en alguna ocasión, pero nada serio. En cuanto a la película de Mario Camus... en fin, desgraciadamente era muy mala. En principio se trataba de una serie para TV en la que yo colaboré con varios guio­nes. Llegaron a rodarse cuatro capítulos, pero sólo se ha visto el que se proyectó en cines. Cuando se inició el proyecto, propuse reactualizar el personaje dándo­le un tratamiento distinto, entre irónico y nostálgico, pero el productor decidió ser literalmente fiel a los textos origina­les. Fue un error, porque las novelas no son guiones cinematográficos y porque un personaje como El Coyote no puede presentarse ahora igual que en la década de los 40. Deberíamos haber sido fieles al espíritu de las novelas y a los personajes, pero no a los argumentos.

Una curiosidad: ¿te volverás a presen­tar al Premio Edebé?

Ya lo he ganado en tres ocasiones, y en la última, alguno que otro me miró mal. Pero ya han pasado ocho o nueve años desde la última vez que me presen­té, así que quién sabe...

 

Sabemos que eres un gran experto y voraz lector de ciencia-ficción. ¿Sigues leyendo novelas de este género? ¿Algu­na recomendación? ¿Qué te parece que cada vez se publiquen más novelas ju­veniles sobre este temática (La Decla­ración, Los juegos del hambre, Perfec­ción, etc...)? ¿Para cuándo una novela tuya de este género?

Desde hace un par de décadas, la ciencia ficción ha tomado un rumbo que a mí no me interesa, así que ahora leo muy pocos títulos de ese género. Por tan­to, recomiendo los clásicos, como Brad­bury, Bester, Clarke, Simak, Silverberg... Si alguien quiere adentrarse en la cien­cia ficción de calidad, le sugiero el fon­do editorial de Minotauro (me refiero a los títulos aparecidos antes de la compra por Planeta). Ahí está lo mejor del géne­ro; no todo, claro, pero sí mucho y exce­lente. Y si se trata de una novela actual, recomiendo sin dudarlo La carretera, de Cormac McCarthy. Es una obra maestra, y no sólo del género, sino de la literatura en general.

Respecto a la temática de ciencia ficción en las novelas juveniles, poco puedo decir, pues, como he señalado an­tes, sé muy poco de literatura juvenil. No obstante, tengo la sensación de que lo que está realmente de moda es el fan­tasy, no la ciencia ficción.

¿Para cuándo una novela mía juve­nil de ciencia ficción? Para ya mismo; la estoy escribiendo en estos momentos.

¿Por qué prefieres tener un blog en vez de una página web? ¿Cómo es el con­tacto virtual con tus lectores? ¿Y el contacto directo? ¿Haces encuentros en institutos? La catedral

En realidad, no se trata de una cuestión de preferencias, sino de deja­dez. Hace años que me planteo tener una página web, pero me da mucha pe­reza ponerme con el asunto. Además, las páginas web de escritores suelen ser tan aburridas...

Mi blog, La Fraternidad de Babel, es en principio ajeno a mi labor como es­critor. Se trata de un lugar donde escri­bo cosas que me apetece escribir y que no podría publicar en ninguna parte. Por otro lado, es un punto de encuentro con gente muy interesante; en cierto modo, una auténtica fraternidad. El contacto virtual con mis lectores es fascinante; me aporta un feedback muy valioso que antes de la era de Internet hubiese sido imposible.

Sí, hago encuentros en institutos, pero no muchos; le roban demasiado tiempo a la escritura.

¿Puedes hablarnos algo de tu próxima novela juvenil? Sabemos (por tu blog) que has aparcado temporalmente la tercera aventura de Jaime Mercader por una nueva novela al estilo de las clásicas de Julio Verne. ¿Puedes con­tarnos algo en primicia?

Como decía antes, será mi primera novela juvenil de ciencia ficción. De niño, me apasionaba Julio Verne, de modo que cuando me convertí en escritor acaricié durante mucho tiempo la idea de rendir­le un homenaje con una novela inspirada en su espíritu. No pretendo copiar el es­tilo de Verne, sino reproducir la sensa­ción que sentía cuando leía sus novelas.

El título provisional de la novela es La isla de San Bowen y está ambienta­da en 1920. El argumento trata sobre las aventuras de una expedición que busca en el Ártico a un arqueólogo perdido y el origen de un metal imposible. Y, sin duda, aparecerán un globo y un volcán. Ya la tengo bastante avanzada; supongo que la acabaré antes de final de año.